domingo, 12 de julio de 2015

Asesinato - Ana María Caillet Bois, Rolando José di Lorenzo & Vladimir Koultyguine


La dama rubia de grandes ojos celestes entró al lujoso vestíbulo del hotel, se encaminó directamente al piso número diez, golpeó suavemente la puerta, esperó que se abriera y sacó de la cartera de cuero de víbora un revólver con terminaciones de nácar. Disparó dos veces, guardó el arma y, caminando con gran elegancia, bajó por la escalera. Tomó un taxi y fue directo a su casa. Entró a su cuarto y se recostó en la cama con la conciencia tranquila, dando final a esa absurda historia. Una mujer como ella no tendría que haber soportado esa relación más de una semana y habían pasado dos años. Días y días pensando como terminar definitivamente con ese novelón, pero ya estaba hecho. Tenía el derecho de reconocer que se había equivocado, aunque no se puede pagar por un error toda la vida. Por eso, el mejor final había sido ese, dos disparos en el pecho que hicieron florecer dos rosas rojas.
Durmió un sueño repleto de ausencias de visiones. Hubo la ausencia del taxi, del hotel, de la ciudad; la del revólver; la de las rosas que el revólver hizo crecer. La cama, los ascensores, todo estaba ausente. Y el gran ausente: el de la sombra de la ausencia de las dos rosas, ambas sobre el pecho. Y la gran ausente: ella, que, al salir de la inmensa ausencia del sueño, se despertó, sacó el revólver y disparó la última bala.

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