jueves, 13 de agosto de 2015

Siameses – Saurio, Antonio Cebrián & Sergio Gaut vel Hartman


Dos semanas después del asesinato de Laurenti vi que habían encontrado el cuerpo y que el funeral sería transmitido por televisión. Me encerré en la cocina para que los chicos no me vieran llorar de risa y empecé a preparar una tortilla de papas con mucha cebolla, tal como le gustaba a mi hermano. ¿Por qué lo maté, preguntarán ustedes? Fuimos siameses pegados por las nalgas hasta que el doctor Texas Churchill decidió operarnos. Y la operación fue un éxito, aunque más para mí que para el infeliz de mi hermano.
—Te voy a seguir vigilando —me dijo—, no creas que va a cambiar nada, se lo prometí a ella y así será.
El pobre idiota no se percató de que ahora por nuestras venas corría sangre diferente; que su cuerpo muerto ya no sería para mí un apéndice gangrenoso que amputar. Por fin me había librado de aquel obstáculo permanente que me impedía poner en práctica mis planes... o al menos eso creí. Varias veces intuí su presencia entre las sombras, acechando. Al principio me divertía hacerlo correr tras pistas falsas, pero, finalmente, se tornó rutina y me aburrí. Lo llamé y quedamos en encontrarnos debajo del Triborough Bridge. Él llegó puntual pero yo llegué antes. Le clavé la navaja en la columna, justo arriba de la cicatriz de nuestra separación.
—Paranoico estúpido —me dijo antes de morir. Dejé su cadáver detrás de un contenedor de basura y me fui.

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