viernes, 21 de agosto de 2015

Una ponencia sin huevos – Héctor Ranea, Daniel Frini & Sergio Gaut vel Hartman

 

El no-profesor Oguismundo Sapea se apoyó en el calamarito de la sala de eruditos crudos y recién recibidos por correo, se aclaró la garganta con un buen trago de licuidpeiper ―varietal, cosecha del ‘92— y comenzó su discurso con voz aguardentosa, tres tonos por debajo de lo aconsejado por el doctor Iuknowmach Degola.
—En fin —dijo—. La prosa burocrática merecerá, algún día, un sitial de honor junto a El Proceso de nuestro amadísimo Frankie Kafka. Tenemos autores como Luigi Kaspa, Amendolina Almorrana —la famosa AA de un libro de Joyce inédito―; el desconocido vienés Helmut Maria Kagatint, el menos ignoto de los escritores burocráticos fineses: Haagard Bibliooraat, la muy recordada empleada pública emérita Doña Juana Dominga Sampietri viuda de Malatesta, encargada de la mesa de entradas del Registro Civil número 12, de Villa Luzuriaga. Recuerdo, además, la Planilla de Declaración Jurada de Cargos y Pertenencias Olvidadas, documentos aplicables a ciudadanos y ciudadanas de Plafagonia, Estolidurria y Acaparolskaia; y tantos otros que nos solazaron con los formularios para impuestos en esta muy amada República de los Tarados Eméritos, el canto a la necedad de la constitución para una ferrovía libre de olor y otros poemas que no vale mencionarlos para no arruinarlos.
Una mano levantada en el culo del salón interrumpió el discurso de Oguismundo. Se trataba del intratable Ladamiel el Beodo, Ángel de la Bronca, licenciado en la novena cuadrícula del séptimo cielo.
—Olvida usted, queridísimo no-profesor Sapea —dijo Ladamiel —, los diecisiete volúmenes en cuarto menor del tridoctor Solomeo Paredes, que les dedicara a su rival en estas cuestiones burocráticas, el muy mentado operario múltiple Johnny Melastoco, kinesiólogo filatelista él; y que, a su tiempo, supiera enemistarse con los milicos, especialmente con el terrible, temible y tétrico teniente Némela (cuyo recuerdo nos produce horror).
—¡Acá no se escucha! —dijo una voz en la parte derecha del salón, junto al proscenio.
—No los olvido, execrable interrumpidor —replicó Oguismundo sonándose la nariz con gran estruendo y un pañuelo no lavado, que dejó primorosamente al lado del clavel que adornaba el atril (el que se marchitó en el acto) —. Pero, entre nos, Némelas era jefe de cuadra cuando lo estaquearon al cabo Jorge Ludo. Horresco referens. Pero gracias a él abandoné toda idea de acercarme a lo militar...
—¿Y lo de las vírgenes? —preguntó el celebérrimo Sergei von Hard Garden, Señor de los Aritos.
—¡Acá no se escucha! —dijo la misma voz de la vez anterior, en la parte media del salón.
—Lo de las vírgenes… —El no-profesor se rascó la barbilla hasta sacarse sangre y dos pelos, uno negro y otro canoso—. Ya que lo menciona, tiene algo de burocrático, bien mirado que se vea. Y si no, pregúntele a Zurdo Malamano y a su novia Felicitas Quinteto de Cuerdas, hija del notario del Pueblo de San Otario (en realidad iba a llamarse Sanitario, pero algún tinterillo cagatintas se apiadó de ellos, aunque no sabía nada de lengua —nada de nada—). Esos sí que hicieron Actas, labraron Actas, sellaron Actas, pero ni en pedo consumaron ni Acta ni Acto. Todo porque ella se negaba a consumir nada que no fuera bajas calorías y todo indicaba que el Acto era bajo pero no en calorías y de alto contenido térmico, pero confundió temperatura con calor y caloría con calentura. Típico caso de provincianismo en mala escala.
—¿Consumido o consumado? —prepoteó Ladamiel, más suspicaz que un paisano uritorqueño ante los avances sexuales de una lou’ikokolia del cuarto planeta de Wolf 35467—. ¿No es demasiado radical, lo suyo? Lo digo para su gobierno, no lo tome a mal.
—¡Acá no se escucha! —se escuchó otra vez, pero ahora en el gallinero, un poco a la izquierda.
—Gobierno radical tenemos por acá —dilucidó Oguismundo—, así que imagínese si será burocrática y lenta la cosa. ¿O usted usa “radical” en la acepción que le da el emérito no-profesor Melatol Maca-Huang? Porque si lo hace, es por su cuenta y riesgo. Aunque nuestro superintendente alcanzó fama galáctica en ocasión de un resonado caso de importación de vírgenes (o casi) paraguayas —las mentadas Hermanitas Adoratrices del Sagrado Miembro—, a las que ubicaba en unos templos medio raros de los alrededores de la ciudad. Tenga en cuenta que al radicalizar la sexualidad se logran tales picos de generación orgánica que los juidergans de Lopecito, ese oscuro mundo del sector desmoronado de la galaxia Sapea consideran un alimento similar a la ambrosía.
—¿Se compró una galaxia, no-profesor? —La que había hablado era la apergaminada Isabelita del Río Turbulento.
—Con mi plata, ¿sabe? —replicó Sapea, bien mosqueado—, mi platita bien ganada ¿O usted sugiere, acaso, que mi plata no vale?
—¡Acá no se escucha! —se escuchó ahora en uno de los palcos.
—¿Esto es una disertación o qué? —espetó el conde Dorileo Mirokefalón del Cerúleo Cirio, uno que supo pelear en las trenzadas de los tiempos de Nicéforo Briennio, eximio manejador de la pluma pestañuda.
—Que —consintió el no-profesor—. ¿Por qué? ¿Algún problema? ¿Quiere que salgamos a dirimir nuestros asuntos al patio? —dijo mientras empezó a sacarse el saco.
—No hace falta —refutó Nicéforo. Y extrayendo una pistola de agujas de la sobaquera terminó con la ponencia y la vida de Oguismundo.
—¿Y ahora? —preguntarás, lector. Y ahora, nada, responderé. Muerto el perro se acabó la Arabia. Y fallecido el no-profesor se acabó el cuento. Viva la Patria aunque yo pereza. Colorín colorado. The end. Fueron felices y comieron caviar.
—¡Objeción! —estalló Jardín Martella, el micro abogado de las causas instantáneas, defensor de pobres oprimidos e hinchas de Boca.
—Denegado —declaré, harto de este cuento y de todos sus patéticos personajes.
—De todas formas —dijo Oguismundo, resucitando—, si no tiene nada mejor que hacer póngale algún confite a esta torta, ¿no le parece apropiado?
—Me parece —concedí—; me lo apropio.
—¡Acá no se escucha! —dije, pero esta vez saliendo del cuento por la puerta de servicio.

Acerca de los autores:
Daniel Frini

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