martes, 22 de septiembre de 2015

En la pradera - Laura Olivera Saurio & Köller


Descalza, de ojos grandes y mejillas siempre rozagantes, la niña atravesó la pradera. A su paso recogía florcitas de colores que depositaba en una canasta pequeña; en el azul limpio del cielo vio recortado el techo a dos aguas de la casa del abuelo. Decidió volver temprano y mostrarle al abuelito la cosecha del día. Apretó el paso. Para su sorpresa, una mujer la abordó en la puerta. 
—¿Heidi? —preguntó. 
—Sí —respondió la niña. 
—Soy Helga, la amante del abuelito. ?Paralizada por la sorpresa, Heidi observó con cuidado a Helga, mientras un calor insoportable le enrojecía las mejillas más de lo normal. Apenas unos segundos después, estalló de ira. 
—¡Mentira! Mi abuelito no tiene amantes ¿Qué hace usted acá? ¿Qué quiere? Dígame la verdad. 
—Sí, nena. Soy la amante de tu abuelo. 
—¿Y mi abuelo dónde está? 
—Salió, no importa ahora. Yo necesitaba que supieras la verdad. 
—Viejo de mierda, lo voy a matar —pensó la niña. Fue hasta el arroyuelo, donde encontró a Pedro sodomizando a una cabra?. Necesito que me consigas algo —le dijo. 
—¿Qué calibre? 
—Nueve milímetros. 
—Tengo un Colt Python. Seis tiros, cañón de 15 centímetros, imposible de rastrear. 
—¿Precio? 
—Diez grandes... pero podría hacerte una rebaja si... 
—Ya te dije que Clara y yo somos pareja. No insistas. 
Al amanecer el Viejo de los Alpes yacía tirado en su choza. Con su sangre alguien había escrito en la pared: “Abuelito, dime tú... ¿por qué siempre te han gustado los trabas?”.

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