lunes, 12 de octubre de 2015

Casi inmortal - Coralito Calvi, Marcelo Sosa & Luciano Doti


Un balance adulto, hoy, sería frustrante. La realidad es que podría haberme ahogado, pero jamás sucedió. Cada vez que bajaba a la playa sola con el perro de mi vecino y me metía en el agua hasta que perdía pie, me dejaba arrastrar por la corriente, mientras el ovejero nadaba en círculos a mi alrededor. Me permitía agotarme, y entonces lo abrazaba, haciendo que él me sacara hasta la orilla. Me convencí de que era posible lograrlo invariablemente; sobrevivir, digo.
Años más tarde, mi hija repetiría el mismo ritual, pero esta vez con un labrador que le había regalado para su cumpleaños de quince. Ella siempre fue auténtica, aunque para muchos solo se trató de una precoz extravagancia mezclada con una buena dosis de capricho. No pidió ni fiesta, ni moto, ni viaje a Disneylandia; solo quiso un perro, al cual llamó Yastay como el dios diaguita de los animales, y yo accedí sin siquiera percatarme del evento que desencadenaría esa decisión.
Un día, se metió al agua con el perro; igual que había hecho yo tantas veces. Estaba con Yastay; la presencia de ese compañero la hacía sentir casi inmortal. 
Ya de noche, no aparecían ni ella ni el perro. La buscábamos bajo la luna, única y tenue luz. Sentí impotencia, bronca contra el mar. 
Yastay se dejó ver a unos kilómetros de ese lugar; a diferencia de mi hija, él parecía tan inmortal como el dios diaguita.

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