lunes, 12 de octubre de 2015

Doce tequilas y un funeral - Laura Olivera, Claudia Isabel Lonfat & Patricio G. Bazán


Desde el fondo de un pozo, como una cosa lejana, oí la voz de papá:
—Despertate —decía—. Vamos.
Lentamente, en un esfuerzo titánico, conseguí asomarme a la consciencia, regresar a mi habitación, a mi cama, aunque no recordaba haber llegado allí. Desde el ojo del tornado que era el mundo, quise recordar. Solo retazos, imágenes sueltas: una barra de madera, una botella, el sabor salado, las rodajitas de limón. Mi cuerpo estaba vencido pero había que asistir al funeral.
No entiendo como habíamos llegado a este punto, pensé, mientras las arcadas venían de golpe y no me daban tiempo a correr hasta el baño. Un gutural eructo y los doce tequilas saliendo como un volcán en erupción. Mi boca de pronto era el cráter por donde expulsaba todo ese dolor mezclado entre doce tequilas, y la pregunta: —¿Qué lugar cobijará un cuerpo roto? —Mientras, asisto a un funeral sin muerto.
Veo algunos rostros conocidos, pero otros se escapan lentamente de la memoria. Debería hacer el intento pero me cuesta concentrarme, así que dejo partir esos recuerdos con una sonrisa entumecida. Adiós, gracias por venir, sean quienes fueran.
A los familiares más cercanos aun los retengo, y me gustaría explicarles que no hay dolor, pero siento la boca pastosa. Sus voces se van opacando lentamente, y no me queda ni el consuelo de abrazarlos. Ahora sé que papá no pudo despertarme.
Doce tequilas, y mi propio funeral.

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