lunes, 7 de diciembre de 2015

Cuestión de imagen – Sergio Gaut vel Hartman, Patricio G. Bazán & Javier López


Estaba molesto. Era la cuarta vez en el día en que me confundían con otra persona. El portero de mi edificio, el kioskero, mi jefe, y uno de los socios del club del barrio me llamaron por otros nombres y, ante mi expresión de asombro, se disculparon rápidamente, lamentando la confusión. Camino a casa, me detuve ante una vidriera para arreglarme la corbata (una manía incorregible), pero el cristal debería tener algún defecto, porque esta vez casi no me reconocí. Intenté no darle demasiada credibilidad a lo que veía y no me detuve, subí a casa buscando el refrendo del espejo del salón. Y desde luego no vi la cara que me devolvió el cristal, pero tampoco la mía.
Incómodo con la situación, fui al espejo del baño. Con idéntico resultado: una nueva cara aparecía cada vez que me miraba. Traté de no arrebatarme, pensando que aquello era algo transitorio, e intenté buscarle alguna ventaja a tan absurda circunstancia. Podría, me dije, asaltar un banco a cara descubierta. ¿Quién podría reconocerme en una rueda de sospechosos? O podría conquistar mujeres, engañarlas y desaparecer; nadie lograría volver a encontrarme. Pero ¿eso era lo que quería para mi vida?
Yo, el más afamado asesor de imagen, que había trabajado con los políticos de mayor renombre, me veía imposibilitado de consolidar una imagen en el espejo. Recordé al cura de la iglesia de mi infancia. “En el pecado está el castigo”, solía decir.

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